Apocas horas de comenzar el curso escolar, el ministro, el conseller y los que remueven el tarro andan todavía a la greña sobre si los ordenadores que van a tener algunos alumnos los pagan unos u otros. Por otra parte, en Catalunya habrá crecido más el número de barracones que de aulas nuevas. Viva la improvisación. Lo lamentable es que esto ocurre cuando se nos dice que somos uno de los peores países en cuestión de formación de nuestros hijos, tema sobre el que no discuten ni ministro ni conseller; debe ser que están de acuerdo... Pasan los años y no se avanza.
Nuestra sociedad es, actualmente, una máquina de poner hijos en el mundo sin saber muy bien por qué. La gente se casa a sabiendas de que se puede deshacer el pacto, se tatúa a sabiendas de que ya habrá algún invento que puede borrarlo, y si pone a tener hijos sin pensar que es algo que no tiene vuelta atrás. Siempre se ha dicho que para ejercer cualquier oficio hace falta una titulación, pero para ejercer de padres no se exige ninguna preparación; soy de los que pienso que, de haber un diploma de por medio, muchos no superarían el listón y se quedarían sin licencia de paternidad.
Sucede, en esta sociedad tan permisiva, tan laxa, que cuando los niños crecen y empiezan a hablar y pensar, incomodan. Se les lleva a guarderías y luego a la escuela en la confianza de que ya se encargarán ellos de formarlos. Cuando se piensa esto, ya se ha llegado tarde al proceso de formación, porque son los tres primeros años los más decisivos en la vida de un niño. A su turno, los maestros tienen derecho a pensar que ellos enseñan pero no forman, con lo que ya tenemos a los niños convertidos en pequeños salvajes en muchos casos. ¿Cómo nos va a sorprender luego que monten alborotos como los de Alcorcón, envalentonados en el capricho de que hay que hacer lo que a ellos place?. La misma televisión, nuestra TV3, anunciaba la pasada noche del jueves, una gran fiesta televisiva con espectáculos infantiles que comenzarían a las 11 de la noche; es decir que estamos formando en saraos nocturnos a nuestros chavales y luego nos quejaremos de que no pernocten en casa.
Una estimación reciente nos dice que el 16 por ciento de los chicos y chicas entre los 15 y los 25 años, en España, ni estudia ni trabaja. Es toda una amenaza a quince años vista, porque hasta ahora a esos grandullones los aguantan económicamente los padres, pero en el futuro cuando sean ciudadanos sin posibilidades de incorporarse a la vida laboral, ¿de qué sobrevivirán?. Aterra sólo pensarlo, porque la conclusión es que estamos fabricando carne de marginación.
¿Quién es responsable de que todo esto suceda?. Todos. Del presidente del Gobierno hasta el último padre y el último hijo, aunque éstos en menor medida porque no se les puede exigir que tomen decisiones sobre una situación cuyas consecuencias no alcanzan a entender. Pero el resto de cuantos intervienen en la formación de los menores deberían reflexionar y, sobre todo, actuar a continuación. Nos estamos engañando con la educación; nos pensamos que conectarlos a internet ya es avanzado y moderno, que dejarles a su libre albedrío es formar en libertad a los chicos, que promoverles a que practiquen un deporte para ver si un día alcanzan la gloria –y sobre todo los millones- de las vedettes, es pensar en su futuro; y encima hay padres que exclaman “¡qué más puedo dar a mi hijo!. La respuesta, que pocos asumen es: sentido de la responsabilidad, criterio, espíritu ciudadano, solidaridad, conocimiento de los mejores atributos que puede desarrollar, capacidad de análisis y de reflexión, aprovechamiento de las oportunidades, conocimiento para discernir y sentido crítico, especialmente autocrítico.